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lunes, 14 de junio de 2010

Vazandu «La pintura se expone, el pintor no; el público me aturde un poco»

El mejor lugar para entrevistar a Vazandu es su estudio de pintura. No porque allí se vaya a sentir más a gusto (que, por supuesto, así es), sino porque, por probabilidad, es donde es más fácil encontrarlo. Con 91 años, sigue yendo cada día a manchar lienzos con su pincel para obtener preciosos resultados. La calma de sus clásicos paisajes rurales está intrincada en su forma de ser. Cuando habla de pintura eso no cambia, pero sus ojos se llenan de otra chispa.
- Cómo y cuándo supo de su designación para el Saludo Oficial de Fiestas?
- Me habían dicho que me iban a llamar del Ayuntamiento. A los días me llamó la secretaria del alcalde y me dijo que me iba a pasar con él y yo decía, qué querrá. Cuando me propuso lo del saludo, me hizo mucha ilusión y le dije que sí, que aceptaba, por supuesto. Luego empecé a pensar qué iba a decir y me empecé a poner nervioso.

- Es que este año, con la que está cayendo, es un reto animar a la gente a que se divierta.
- Más que eso, lo que me aturde un poco es el público. No estoy acostumbrado a hablar delante de mucha gente.
- La actividad de pintor es bastante íntima.
- Sí, porque las pinturas se exponen, pero el pintor no. Alguna vez me ha tocado hablar en alguna exposición, pero esto es diferente.
- ¿Se parecen los sanmarciales de hoy en día a los que vivió usted antes de la guerra?
- Las fiestas entonces eran muy animadas. Había menos gente y se hacían menos cosas que ahora, pero eran igual de animadas, especialmente con todo lo que giraba en torno al Alarde. Alternar, se alternaba igual. O más. Porque la gente salía a chiquitear todo el día por la plaza de Urdanibia. Lo que es verdad es que era más íntimo, porque todo el mundo se conocía.
- Es que aquel Irun era muy diferente, mucho más pequeño.
- Yo vivía en Behobia y venía a Irun a la escuela de Biteri. Era una ciudad muy calmada, muy distinta. Dejabas la cesta con el dinero en el portal para ir a por el pan y no pasaba nada. Ahora es una ciudad grande, con mucha gente muy diferente. Hace dos días, pasé por la calle Aduana y había, a la derecha, un grupo de seis negros; a la izquierda, dos chinos limpiando el escaparate. Y subían dos parejas colombianas con sus hijos. En 1930 sólo conocíamos un negro, la figura de un escaparate donostiarra que anunciaba el café. Ahora, ésta es una ciudad muy distinta, no digo mejor ni peor; distinta.
- Aunque vivía en Irun, comenzó a trabajar en Hendaya, en una profesión que quizá era la que más se podía parecer a la pintura.
- De niño, siempre estaba dibujando con cualquier lápiz y lo que tuviera delante, hasta cajas de cerillas. Siempre iba al despacho de mi padre a manchar trozos de papel. Allí, con 13 años, conocí al dueño de Maumegean, una empresa de vidrieras de Hendaya y empecé a trabajar. Era una empresa fabulosa, con sucursales en París, Madrid, San Sebastián... Pero la central era ésta. Tenían dos pintores judíos alemanes que eran buenísimos, y muchos emplomadores españoles. Ahora, soy el único que queda de todos los que trabajaron allí.
- Años después, con la jubilación, se puso a pintar más que nunca.
- Es lo que me gusta. Habré pintado más de 4.000 cuadros. Casi siempre al óleo, casi siempre paisajes, muchos de ellos caseríos, pero también retratos, flores, bodegones, con plumilla, pastel... También cientos de garrafones, que son más difíciles que los cuadros, pero me encantan. Sobre todo hay dos cosas que me gusta pintar: el agua, en cualquier forma (ríos, mar, charcas, cascadas); y el cielo, que siempre intento hacerlo distinto en cada cuadro. Pero al final, me da igual el objeto, el estilo, el motivo, lo que me gusta es pintar. Pintar.
- Tanto que con casi 91 años y después de tanto trabajo, sigue viniendo aquí cada día.
- Claro. Sigo pintando porque sigue siendo lo que más me gusta hacer.


IÑIGO MORONDO | IRUN.

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