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martes, 15 de junio de 2010

Un castillo en la punta de España

Pocos castillos pueden presumir de tener una fecha de nacimiento. El castillo de Guzmán el Bueno de Tarifa la tiene. Su natalidad está escrita en piedra de mármol con caracteres árabes. La fortaleza quedó concluida en el mes de safar del año 394 de la Hégira, es decir, en el mes de abril de 960. Su promotor fue el califa Abderramán III, el impulsor de la mezquita cordobesa y la ciudad palatina de Medina Azahara. Sus mil y pico años de edad hacen de la fortaleza tarifeña una de las más antiguas de Europa.


En manos árabes permaneció durante cuatro siglos. En agosto de 1292 los ejércitos del rey Sancho IV El Bravo toman la fortaleza. Dos años después se produce el acontecimiento que hace de Tarifa un lugar de incuestionable referencia histórica. En agosto de 1294 el castillo estaba cercado por las tropas de los benimerines africanos.
La amenaza

El infante Juan, enemigo de su hermano el rey Sancho IV, militaba en bando moro y había apresado a Pedro Alfonso, el primogénito de Alonso Pérez de Guzmán. El infante amenazó a Guzmán el Bueno con degollar a su hijo si no entregaba la plaza. Cuentan las crónicas que el noble alcaide contestó así: "No engendré yo hijo para que fuese contra mi tierra; antes engendré hijo a mi patria para que fuese contra todos los enemigos de ella. Y si no tienes cuchillo, ahí va el mío", pontificó. El resto de la historia es sobradamente conocida: El infante Juan, sin una brizna de misericordia, degolló al hijo de Guzmán el Bueno; el castillo no fue entregado, y los benimerines, a la mañana siguiente, levantaron el campamento y volvieron a Marruecos.
Las calles del Estrecho

El castillo de Tarifa controló durante más de mil años esa bulliciosa y agitada calle de agua que es el Estrecho de Gibraltar. Encaramado en una meseta rocosa de poca altura sus torreones tienen frente a sí la isla de las Palomas, y al otro lado del estrecho la costa africana. Diez siglos dan para muchas intervenciones arquitectónicas. Con todo, lo más curioso es que ninguna de ellas restó altanería y solidez a sus almenas, puertas, barbacanas y corachas.

El castillo más meridional de Europa no se construyó como palacio, sino como fortaleza militar. Sus alcaides experimentaron con los más sofisticados ingenios y aparatos de guerra. En su interior se conserva una réplica de un manganel, un extraño artilugio parecido a una catapulta que en jornadas de batalla arrojaba bolaños de hasta 150 kilos de peso.
Carolina Oubernell | Cádiz
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